El Canodromo

Me han llamado drogadicto, han apostado que era homosexual. Pero nunca he oido decir que sea un genio.

Thursday, April 07, 2011

Una buena bala o una mala botella




Yo no sólo soy filósofo, señor, soy fatalista. Alguna vez en cualquier parte, habrá una buena bala o una mala botella esperando a Josiah Boone. ¿Qué importa cuándo o dónde?

(Doc Boone, en The Stagecoach)



Qué cine raro es la memoria, retazos o flashes de vida en Super 8, o Slow Motion, que van modificándose o completamos y montamos (como haría, por ejemplo, Jean-Luc Godard) a lo largo del tiempo: colores quemados, o desvaídos, saltos de imagen, flashbacks, personajes de rostros borrosos o incompletos o sobredimensionados, la misteriosa ausencia de sonido, repentinos fundidos a negro.

Quedan algunas secuencias de aquella primera tarde en Barakaldo, hace cuatro años:

1- Ella saliendo del Metro, acercándose (plano general corto).
2- Ella caminando a mi lado (plano medio)
3- Ella sentada frente a mi (primer plano)

Quedan ideas atadas a fragmentos sordos de conversación que soy incapaz de escuchar o reproducir, ya en la cuerda floja, las palabras dichas en código morse y el vértigo alegre tras la certeza que se coló como una masa de aire helado en la garganta: voy estar con ella siempre.

Thursday, February 10, 2011

Teoría de la involución



Prueba nº 1 (imagen)

Nada que añadir.

La suerte está echada.

Tuesday, February 08, 2011

Lecturas



Libros leídos desde el 1 de noviembre


Olive Kitterigde, de Elizabeth Strout

Diario del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz

Amor malo y feroz, de Larry Brown

Pájaros en la boca, de Samanta Schweblin

El oficinista, de Guillermo Saccomanno

Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq

Tren nocturno a Lisboa, de Pascal Mercier

El cielo a medio hacer, de Tomas Tranströmer

Letras enredadas, de Pedro de Miguel

Correr, de Jean Echenoz

Sunset park, de Paul Auster

Al otro lado, de Manuel Ballesteros

Me acuerdo, de George Perec

Tierra desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri

Postales del náufrago digital, de Eduardo Laporte

Postales de invierno, de Anne Beattie


Imprescindibles: Letras enredadas (escribiré de él un día de estos), Postales de invierno, Tierra desacostumbrada, Diario del hombre pálido y Olive Kitterigde.

El cielo a medio hacer (Poesía).

Me acuerdo, mítico y sugerente.

El naúgrafo digital (continuación de El naúfrago digital), un blog que merece la pena visitar.

Thursday, January 06, 2011

Malditos premios




Por Pedro de Miguel, publicado en Letras Enredadas (Ediciones Palabra, 2010)

Ya desde el colegio, el niño aprende a desconfiar de los galardones que acostumbran a repartirse por el ancho mundo. Observa, por ejemplo, que el premio al buen comportamiento recae sobre ese egoísta empollón odiado por todos los compañeros, o que las mejores notas tienen algo que ver con el pelotilleo asqueroso de algunos y algunas.
Más tarde, al crecer, comprueba que un selecto grupo de humanos acapara todas las distinciones disponibles, y comienza a sospechar que también existe una especie de mafia mafiosa en esto de los premios. Se toma la molestia de examinar los nombres de los componentes de los miles de jurados y ya se convence del todo: jurados y premiados coinciden, alternándose los papeles, en un do ut des perfecto y elegante.
En los últimos meses, sin embargo, se ha producido una preocupante quiebra en el sistema. Tras el Planeta concedido a Cela -que "todo lo envilece", según el duro juicio de Sánchez Ferlosio-, han comenzado a crecer los disidentes. En vísperas del fallo del Cervantes, García Márquez anunció que no aceptaría el premio si se lo concedían a él. Los de Els Joglars fueron más allá: rechazaron el Nacional de Teatro. Hasta la ínclita Navratilova tuvo la desfachatez de no acercarse a recoger su Príncipe de Asturias, en un desplante casi olímpico.
Los premios -ojalá- no están de moda. Puede ser el principio del fin de toda una casta de terráqueos que adornan sus currículos con ellos, que valoran la geografía de su país por la dotación que cada Ayuntamiento reserva para su concursito.
A partir de ahora asistiremos al patético espectáculo de unos Jurados persiguiendo a sus posibles galardonados, que ponen pies en polvorosa ante la desgracia que se les avecina.
Una vez más muere algo romántico: el afán del ser humano por destacar de la mediocridad mediante un reconocimiento público (y monetario). No hace falta lamentarse: esas ínfulas vanidosas son, definitivamente, una auténtica horterada.

Wednesday, December 01, 2010

María




Dedicado a Peter, a quien sé que le gustaba mucho este relato


Llegamos al sitio y me encontré con unos trece niños que no pasaban de los doce años (había uno un poco mayor), la mayoria de ellos de origen hispanoamericano. Enseguida nos hicieron poner una etiqueta adhesiva con nuestro nombre (siempre que te metes en alguna actividad con mucha gente aquí, te hacen poner esos adhesivos). Luego, Gil, que era el que organizaba todas las actividades, dirigió el calentamiento previo, que consistía en hacer un poco el payaso (yo al principio sólo miraba porque me daba mucha vergüenza hacer el payaso delante de tanto crío, pero luego me dijo que yo tambien calentara, para fomentar un poquito la disciplina en los chavales). A continuación nos fuimos a la pista de patinaje (sobre ruedas). Si vieras a todos los críos calzándose los patines…

Había algunos que sabían, pero la mayoría no tenía ni idea. Yo tampoco y no quise ponérmelos. Me dediqué a ayudar a aquellos que no sabían. Me partí el bazo con ellos. Yo iba con un canijo que se llamaba Christian, al que apenas le entendía lo que me decía. No hacía más que caerse y yo muerto de risa. Al final se cansó, se quitó los patines y me pedía dinero para montarse en un caballito o para jugar a las máquinas.

Luego estuve con una niña, María, que aprendió enseguida a patinar aunque yo la agarraba de la mano para que no se cayera. Pronto cogió confianza y me confesó: te voy a decir un secreto, pero no se lo digas a
nadie. Hoy es mi cumpleaños. Todos mis amigos se han olvidado. Me dio muchísima pena y tuve que romper el secreto y decírselo a todos, mientras la niña se tapaba los ojos, como cuando uno no quiere ver lo que se le viene encima. Afortunadamente no se enfadó conmigo por revelar su secreto.

Luego estuve con un niño más anglosajón que hablaba como si fuera un tío de cuarenta años: Yo no sé patinar, pero si no lo intento, nunca lo conseguiré, por tanto debo intentar. Me quedé a cuadros cuando se lo oí. Yo, que ni siquiera me había atrevido a poner los patines.


El relato forma parte de los correos que Allendegui escribió desde Atlanta (USA), en 1997. La foto, de aquí.

Tuesday, November 23, 2010

Madurez



Distancia emocional: me han crecido mucho los pelos de las cejas.

Friday, October 29, 2010

Lecturas



Relación de libros desde el 15 de julio (en verano leo menos):

El don de Vorace, Felix francisco Casanova

Indigno de ser humano, Osamu Dazai

Cabeza de perro, Morten Ramsland

Diario de un genio, Salvador Dalí

Camino de Los Ángeles, John Fante

Sale el espectro, Philip Roth

Necrópolis, Boris Pahor

Pájaros de américa, Loorrie Moore

De que hablo cuando hablo de correr, Haruki Murakami

La boca llena de tierra, Branimir Šćepanović

Los Buenos deseos, Yiyun Li

América, América, Ethan Canin

Nota: No pude acabar Sale el espectro y Camino de Los Ángeles. América, América y Los buenos deseos son imprescindibles. Diario de un genio, va bien para ir leyendo de vez en cuando.